viernes, 25 de octubre de 2013

La ultima Cena (2001)

Enraizada en ritos e historias seculares, la comida grupal, fraternal o celebratoria, ha dado origen a una serie de mitos fundantes para la cultura occidental.Una de ellas, quizás la más terrible, narrada por Sigmund Freud en su Tótem y Tabú, relata la constitución del individuo en el marco de un festín patricida y caníbal del que surgen patrones de prohibición y transgresión. Otra, la descripta por Platón en El Banquete, tal vez en el extremo opuesto. dio origen a algunas de las definiciones más perdurables del amor.Otra, sin embargo, es la referencia inmediata de las foto-performances con el título genérico de La última Cena, Adriana Bianchi viene realizando en los últimos años. En realidad, la referencia es por lo menos doble. Por una parte, hay una remisión a la ofrenda y al acto de compartir que el episodio bíblico ha perpetuado en uno de los ritos de mayor continuidad en la cultura cristiana. Por otra parte, hay una cita a la historia del arte, que ha prodigado esa imagen a través del talento de toda una generación de artistas. Ambas referencias son igualmente funcionales en las acciones de Bianchi: existe la voluntad de compartir, de participar de un momento clave en la historia de las personas las que se acerca, pero también, la necesidad de señalar su acto como una intervención artística. Así como los relatos mencionados fundan un episodio único, un antes y un después en la historia en la que están inscriptos , la artista busca -si bien desde una posición más humilde- instaurar un corte similar en el ámbito fluido de las relaciones humanas. La celebración es un momento destacado en la vida de quien celebra, un punto de inflexión igualmente inolvidable en la vida de los elegidos y en la de la propia artista. De esta manera, la acción performática transforma el ritual en una comunicación íntima entre personas extrañas que comparten por un instante momentos singulares de sus vidas.El verdadero objetivo no es, sin embargo, la mera constatación de la perdurabilidad de un rito contemporáneo. Estas pequeñas reuniones cada vez más escasas, son , en realidad, momentos que anudan redes de vínculos sociales. En la serie fotográfica, no se trata de reconocer los motivos últimos del festejo: la artista ha decidido no robar- y en consecuencia, no trastocar, para plasmarla en su esencia- la intimidad de los casuales protagonistas. Lo que surge, en cambio, son las particularidades del encuentro social en determinados contextos y, en última instancia, las formas y comportamientos de la vida pública, contemporánea. En esta costatación, y en la inteligencia con la que Bianchi elige una variedad de entornos deferentes, en los que se manifiestan costumbres, tradiciones e identidades, se percibe el sentido cuasi-antropológico de su obra. Cada fotografía es una puesta en escena de personajes, ambientes, situaciones , atmo´sferas, poses, complicidades,. Cada placa es mucho más que el simple registro fotográfico de una acción artística. O en todo caso, lo que las fotografías registran es la inserción de la obra de Adriana Bianchi en el teatro de la vida misma. Rodrigo Alonso

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